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En familia

Crónica del más acá

Crónica del más acá

RONALD SUÁREZ RIVAS Y RONAL SUÁREZ RAMOS

 

PINAR DEL RÍO.—A Ricardo Rodríguez Morejón, debieron sepultarlo hace 52 años, sin embargo, ya con parte de su velorio realizado, la Muerte optó por concederle una prórroga, y la oportunidad de vivir acontecimientos trascendentales.

Su historia –conocida por la mayoría de los habitantes de Pilotos, municipio de Consolación del Sur, donde reside actualmente--, parece uno de esos cuentos de épocas oscuras, transmitidos de generación en generación hasta nuestros días. Pero su caso es distinto, allí está él, en una vega de la cooperativa Eliseo Caamaño, donde todos lo conocen como “el muerto vivo”.

Ricardo nació el 7 de febrero de 1949, en el seno de una familia pobre, asentada en el barrio Ceja del Negro, a medio camino entre Pilotos y la carretera a Viñales. Había cumplido ocho años cuando enfermó, y lo llevaron al único y mal atendido hospital, en la capital pinareña, donde el terrateniente para quien trabajaban logró conseguirle un ingreso.

Después de varios días, el médico certificó su muerte por infarto.

El dueño de la finca donde su padre era aparcero, se opuso a que le hicieran la autopsia. Mandaron a buscar el carro fúnebre y lo tendieron en la casa para realizar el velorio.

Doce horas después, mientras la madre lloraba desconsoladamente, la abuela descubrió que el cristal del ataúd estaba empañado, y comenzó a gritar que el niño vivía. De inmediato abrieron el sarcófago y le tomaron el pulso. Así pudo comprobarse la presencia de signos vitales.

“Unos lloraban, otros reían, nadie podía creer aquello”, recuerda José Rodríguez, tío de Ricardo y uno de los testigos del episodio.

“Mi familia me contaba que cuando regresaron conmigo al hospital, aún inconsciente, los médicos se negaban a dar crédito a lo que veían. Pasaban por mi cama a comprobarlo y hasta me tomaron fotos. Poco después, recobré el conocimiento, y semanas más tarde me dieron el alta”, cuenta Ricardo.

En el consultorio médico reforzado de Pilotos, el doctor Julio Luís Crespo responde categórico: “Su corazón no pudo estar detenido, porque cinco minutos después hubiera quedado con secuelas y transcurrida media hora tendría muerte cerebral.

“Hay estados en que el paciente puede perder la circulación cardiorrespiratoria durante algunos instantes, pero no por tanto tiempo.

“Me inclino a pensar que esta persona sufrió un coma --estado en el que los latidos a veces no se perciben con el estetoscopio--, y que el examen médico, tal vez por tratarse de una familia de escasos recursos, fue superficial”.

Para el especialista, resulta prácticamente imposible que algo similar pueda ocurrir en la actualidad. “Hoy existen equipos capaces de detectar los signos vitales, aunque sean muy débiles. Incluso, si no se tiene uno a la mano, hay otros procedimientos para captar la frecuencia cardiaca o la respiración”.

De su supuesta incursión al “más allá”, Ricardo no conserva ningún recuerdo. Por eso, mientras algunos alimentan la esperanza de otra vida después de la muerte, él prefiere seguir apegado a los suyos, en el reino de este mundo.

Incluso asegura haber vivido más de lo que indica su carné de identidad: “Antes, la gente pobre no se preocupaba por registrar a los hijos cuando nacían. Pero después de cierta edad, para hacerlo había que pagar”.

De modo que, para evitarse el gasto, a Ricardo lo inscribieron con cuatro años menos de los que tenía en realidad.

¿Si aquel día finalmente te hubieran enterrado, qué es lo que más habrías lamentado perderte?

“Primero que todo, sentiría no poder ver el triunfo de la Revolución, que unos meses después terminó con la explotación en este lugar y convirtió a los campesinos en dueños de la tierra que trabajaban.

Tampoco hubiera conocido la felicidad de tener a mi hija, ni la dicha de ser abuelo.

Pero Ricardo se precia además de ser un cubano laborioso y honesto, alegre y fiel a los amigos. “De acuerdo con lo que certificó aquel médico, yo no podría seguir aquí, ni haber presenciado todos estos años tan significativos en la historia de mi país”. 

Por ello se siente feliz de que las cosas hayan sido de otra manera. “La vida es hermosa”, asegura, y mientras otros albergan la esperanza de que con la muerte se abren las puertas de una segunda existencia, Ricardo, el hombre al que ya dieron por fallecido una vez, prefiere disfrutar cada nuevo día sobre la tierra, haciendo de su vida una crónica del más acá.

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